El término “fake news”, aunque históricamente asociado a propaganda, se transformó en un fenómeno cultural digital gracias al auge de las redes sociales. Su popularización se consolidó durante y después de las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016, cuando comenzó a ser empleado de forma estratégica, especialmente por figuras políticas como Donald Trump.
Uno de los momentos clave en esta resignificación fue el tuit icónico de Trump del 10 de enero de 2017, en el que declaró: “FAKE NEWS - A TOTAL POLITICAL WITCH HUNT!”. Este mensaje no solo marcó el inicio de la asociación del término con una estrategia política, sino que también lo transformó en un arma retórica para desacreditar medios y periodistas críticos al movimiento Make America Great (MAG). Desde entonces, Trump logró convertir “fake news” en una herramienta discursiva para atacar al "main stream media" como CNN y The New York Times, ampliando el uso del término en debates sobre credibilidad mediática .
Las plataformas como Facebook y Twitter jugaron un papel crucial en la proliferación de noticias falsas. Casos como el infame “Pizzagate”, una teoría de conspiración sin fundamento, circularon masivamente, confundiendo la línea entre verdad y mentira. Pasando de lo digital a lo terrenal. Sin embargo, el verdadero impacto del término “fake news” se dio tras las elecciones, cuando fue adoptado como una táctica para moldear la percepción pública. Twitter, en particular, sirvió como un catalizador de desinformación. Sus algoritmos, diseñados exprofeso para priorizar contenido viral, amplificaron las noticias falsas, creando ecosistemas cerrados donde los usuarios recibían información que reforzaba sus creencias previas. Esta dinámica polarizó a los votantes y dinamitó la confianza en los medios tradicionales.
Con más de 88 millones de seguidores antes de ser suspendido, Trump utilizó Twitter para dar forma a narrativas políticas y establecer su discurso polarizador. Su repetición del término “fake news” desvió la atención de los debates sobre la veracidad de la información, aun que fuera verdad. Según una encuesta del Pew Research Center 2018, el 68% de los estadounidenses consideraba que las noticias falsas afectaban significativamente su confianza en el gobierno y los medios de comunicación. Este escepticismo, consolidó un entorno donde se volvió más sencillo tolerar la desinformación.
El abuso del término “fake news” tuvo repercusiones profundas: debilitó la confianza en las instituciones democráticas y desdibujó las fronteras entre hechos objetivos y opiniones subjetivas. Empresas como Facebook, Twitter y Google implementaron políticas para combatir la desinformación, desde advertencias sobre contenido dudoso hasta la eliminación de cuentas, pero estas medidas generaron debates sobre censura y libertad de expresión. Al mismo tiempo, el fenómeno inspiró el desarrollo de disciplinas como el enseñar Civismo Digital, enfocadas en educar a las personas para identificar desinformación y consumir contenido de manera crítica.
Lo que comenzó como una etiqueta para denunciar la desinformación terminó exponiendo las debilidades de las democracias modernas frente a la manipulación mediática digital. La “batalla por la verdad” no se limita al término “fake news”; es un llamado a repensar cómo se produce, consume y comparte la información en la era digital. Desde los audios de WhatsApp hasta la fabricación de deep y shallow fakes. Combatir este fenómeno requiere un enfoque integral, inyección de recursos públicos que incluya el fortalecimiento de habilidades digitales, el periodismo responsable, la publicación de contenido del ciudadano y políticas públicas que regulen las plataformas tecnológicas sin comprometer la libertad de expresión. Solo así podremos restablecer la confianza y construir sociedades mejor informadas.